LA TRANSFORMACIÓN (Cuento)
La calle empinada y angosta trepaba una colina. A cada lado, las viejas casas de mampostería de puntal alto y techo de tejas, mostraban el desgaste de los años, pero en conjunto, conservaban el ambiente ancestral. A cada trecho, desde un amplio ventanal, surgían las notas de una guitarra y las claves acompasadas y rítmicas que embalsamaban el aire. Un calor agobiante y húmedo conspiraba contra los peatones, que sin apuro, con la calma del que no tiene prisa en llegar, deambulaban en pequeños grupos por un pavimento adoquinado que guardaba el recuerdo y la tradición de la vieja ciudad.
El parque, aun a aquella avanzada hora de la noche, retenía en sus bancos y paseos, a un nutrido grupo de habituales. En las zonas más oscuras, las parejas daban rienda suelta a sus ardores y ajenas a la cercana presencia de los otros, escapaban de la cotidiana carga de la realidad para extraviarse sin prejuicios ni temores en el sueño vertiginoso de sus pasiones.
Algunos edificios modernos intentaban romper la armonía centenaria de su arquitectura, pero las casas de una planta, supervivientes de la raigambre criolla y colonial persistían en su intento de supervivencia y bajo sus techumbres rojas y sus amplios ventanales se desgranaba la historia de la vieja villa, con sus matices de luchas y parrandas, de carnavales y trovas, que a pesar de los cambios y las transformaciones conservaban sus costumbres y sus creencias, expresadas en una lengua cadenciosa y típica que los identificaba: