LA TRANSFORMACIÓN (Cuento)
La calle empinada y angosta trepaba una colina. A cada lado, las viejas casas de mampostería de puntal alto y techo de tejas, mostraban el desgaste de los años, pero en conjunto, conservaban el ambiente ancestral. A cada trecho, desde un amplio ventanal, surgían las notas de una guitarra y las claves acompasadas y rítmicas que embalsamaban el aire. Un calor agobiante y húmedo conspiraba contra los peatones, que sin apuro, con la calma del que no tiene prisa en llegar, deambulaban en pequeños grupos por un pavimento adoquinado que guardaba el recuerdo y la tradición de la vieja ciudad.
El parque, aun a aquella avanzada hora de la noche, retenía en sus bancos y paseos, a un nutrido grupo de habituales. En las zonas más oscuras, las parejas daban rienda suelta a sus ardores y ajenas a la cercana presencia de los otros, escapaban de la cotidiana carga de la realidad para extraviarse sin prejuicios ni temores en el sueño vertiginoso de sus pasiones.
Algunos edificios modernos intentaban romper la armonía centenaria de su arquitectura, pero las casas de una planta, supervivientes de la raigambre criolla y colonial persistían en su intento de supervivencia y bajo sus techumbres rojas y sus amplios ventanales se desgranaba la historia de la vieja villa, con sus matices de luchas y parrandas, de carnavales y trovas, que a pesar de los cambios y las transformaciones conservaban sus costumbres y sus creencias, expresadas en una lengua cadenciosa y típica que los identificaba:
-Etanislao, la otra noche conocí a un etranjero en la paladar de Fefa. Creo que el tipo eta forrao. Me invitó a salir hoy. ¿Qué tu cree?
Estanislao era un mulato alto, flaco, con pequeñas arrugas precoces en el ángulo de los ojos, quizá más de exponerse al sol que por los años. Tenía una boca de labios finos y una dentadura bien conservada. Los brazos largos y musculosos denotaban la frecuencia del esfuerzo físico.
Por el día, trabajaba en la Microbrigada, y por la noche, vendía ron clandestino que destilaban en casa de Aniceto, su compadre.Con sus 30 años, dos hijos con distintas madres y una vida que oscilaba entre la legalidad diurna y el comercio ilegal nocturno, había asumido la responsabilidad de velar por Evangelina al morir la madre común. En realidad no sabía quien era el padre, pero ella era su hermana por parte de la madre y con 12 años en aquel momento, se vio obligado a aceptar, no solo su manutención sino además, su crianza y educación.Estanislao tenía sexto grado. No quiso seguir la escuela, de una parte porque no le atraía mucho y de otra, porque el hogar materno un poco desamparado, le obligó a arrogarse tempranamente responsabilidades de adulto.
Evangelina, mulata clara, donde la influencia racial destacó precozmente, las curvas provocadoras y la sensualidad innata que la genética y el medio le imponían. tenía unos ojos verdes que contrastaban con su piel canela y una sonrisa alegre, vivaracha y provocadora que atraía y mantenía a su alrededor una permanente corte de admiradores que la asediaban sin éxito. Su boca de dientes parejos tras unos labios sensuales y gruesos le proporcionaba un atractivo singular, del que ella estaba muy consciente.
Había terminado el Pre y dudaba si encauzar su destino hacia una carrera universitaria, o si buscar caminos más cortos y accesibles que le proporcionaran el éxito sin mucho esfuerzo y sacrificio Algunas de sus amigas habían tomado ese rumbo. No todas tuvieron suerte, pero alguna que otra, conquistó su futuro en ese ámbito, contradictorio y riesgoso, que antes se llamaba prostitución y que las contingencias contemporáneas ahora identificaban con otro apelativo. El hermano, con el machismo clásico de la subcultura en que se formó, le había advertido claramente su opinión, que no admitía discusión ni aceptaba arreglos e inspeccionaba con celo y desconfianza el surgimiento de aquella tendencia a la que su juicio no reconocía matices ni diferencias con la antigua profesión y que no consideraba factible ni recomendable para Evangelina.Una cosa era la venta ilegal de ron, que era cuestión de hombres, y que aunque ya le había proporcionado sus conflictos con la ley, le permitía afrontar el reto de la cotidiana subsistencia y otra, consentir una conducta, que le disminuía en el marco de sus valores y sus patrones éticos y le colocaba en una situación incompatible e intolerable para el pensamiento y los hábitos en que encajaban las raíces de sus tradiciones y sus costumbres.Evangelina, por su parte, analizaba que aquel español, de más de 50 años, aunque bien conservado, no era precisamente el ideal físico de pareja que le hubiera complacido. De talla mediana, con pronunciadas entradas, abdomen prominente y extremidades cortas y el rostro rubicundo y mofletudo de las buenas bebidas y las comidas tradicionales; era simpático, espléndido, y le gustaba la juerga, los chistes verdes, que ella a veces no entendía bien y prometía villas y castillas, que a pesar de su inmadurez, sabía que debía considerar solo como un mecanismo de aproximación y de conquista Su mejor amiga y su confidente era Eusebia, una negra de pelo duro y senos enormes, de cintura estrecha y nalgas prominentes, que ya venía haciendo estragos en el cerebro calenturiento de aquellos turistas Europeos, para quienes el contraste de la piel, la sandunga santiaguera, la risa fácil y contagiosa y el viejo sueño del ardoroso sexo de los trópicos se trasmutaban en vértigo contagioso y recurrente que contribuía más en su turismo repitiente que las ventajas hoteleras y las ofertas turísticas.
-Eusebia, el español comenta que quiere llevarme a España, que si yo lo quiero se va a casar conmigo. Tú sabes que Etanislao no entiende. Es un mulato muy bruto y dice que el gaito lo que quiere es acotarse conmigo, hacelme una barriga y depues, si te he vito no me acuerdo.
-Ay mija, demaya, que Etanislao, es tu hermano. casi tu padre, e verda que te crió pero nunca te va a sacar de ete sudesarrollo en que vivimo. Mira a Etela, agarró su italiano, se casó, hizo tremenda boda y ahora etá en Nápole y dice que vive como una reina. Yo no he tenío suerte, lo dos blanquito que me agencié resultaron uno vainas, pero yo no pierdo la eperanza.
Las dos amigas conversaban en la media luz de una esquina en la que sus rumbos se bifurcaban. Muchas noches las sorprendía la madrugada en la mutua entrega de sus aventuras y sus proyectos, la mayoría de los cuales no podían mencionar en sus hogares, ajenos a la presencia de la cotidiana realidad que imponía su impronta de presente a pesar de la resistencia de las viejas concepciones, que luchaban sin éxito y sin contrapartida sostenible por mantener las añejas costumbres.
A pesar de que en la vieja sociedad, la moral sexual era ambigua, flexible y acomodaticia y sus esquemas se ajustaban a la aceptación tácita de ciertas realidades- la ética tradicional, era capaz de admitir, dentro de cierto rango la infidelidad y la relación amorosa fuera del marco tradicional del matrimonio- pero colocaba, en un capítulo aparte el comercio carnal. La prostitución, ubicaba a sus protagonistas en un nivel muy bajo de la escala general y limitaba su acceso a los fueros y privilegios del resto de sus coetáneas. En aquella colectividad, el ejercicio de esta carrera, creaba un valladar alto e inaccesible, que no solo las excluía en el ámbito de su comunidad, sino que además, les mantenía al margen de la familia e incluso, las confinaba, como a los leprosos de la edad media, a vivir en barrios específicos a los que solo accedían, en sus juergas, los adolescentes y jóvenes, e incluso los más veteranos, cuando el hastío del amor rutinario del hogar les impulsaba a la búsqueda de nuevas sensaciones.–Eusebia y si un día, el viejo se decide y me pone en la diyuntiva de aceptar su proposición, y de verdá se casa, tu cree que Etanislao no se atraviese.-Mi amiga, se ve que tu etas verde. Si el gallego te pone cómoda, Etanislao también resuelve y se quita de ese problema del ron a domicilio y le saca el cuerpo al sol de la microbrigadas y de estar luchando con el aministrador y el jefe, para abacorar un par de saco de cemento. La cosas ya no son como ante. Cuando mi tía Avelina se fue con el novio, que era un chulo empedernío, eso que ahora le dicen proxeneta, y la puso a trabajar en la bana, en un barrio que le decían Pajarito, el padre dijo que para él, era como si etuviera muerta y enterrá y la pobre, se murió sola, de Sífili y nadie en la familia volvió a mencionarla. Mi abuela, la lloró econdida, pero delante del marido nunca más se habló de Avelina…Finalmente, Eustaquio, estremecido y conquistado por la juventud y la belleza de Evangelina, pasó, de la aventura turística, transitoria y recreativa a resultar atado por el propio lazó con que pretendía engatusar a la hermosa mulata. Y hubo boda en el Bufete Internacional y el ron y la cerveza brotando como manantiales inextinguibles del bolsillo del español, saciaron la sed de la parentela y del barrio, confundido y expectante, que se deshacía en comentarios contradictorios, entre la suerte que había tenido Evangelina y la sanción peyorativa y moralista, que la calificaban de “Jinetera con suerte”.Y Evangelina se fue. Eusebia y sus amigas de la paladar de Fefa, la despidieron en el Aeropuerto. Y Estanislao, aunque escuchando con recelo los comentarios del barrio, también estuvo allí con la guayabera de marca, regalo del cuñado y aceptando lo inevitable de una realidad contemporánea que no podía cambiar. porque sus leyes y sus imposiciones estaban más allá de las posibilidades del ciudadano común.Evangelina, no llamó ni escribió en mucho tiempo. La gente la olvidó y su recuerdo solo de vez en cuando, era motivo de charla de sus más íntimas que especulaban sobre su situación, suponiendo siempre que por mal que le fuera, siempre estaría mejor que de dependienta en la paladar, donde a parte de alguna que otra propina, no había mucho que esperar.En Agosto, cuando la canícula santiaguera, sobrepasando los 36 grados a la sombra exigía un aumento del trasiego de cerveza y sumía los mediodías agobiantes y húmedos en el sueño de una siesta merecida, cuando el tránsito urbano disminuía y hasta los clásicos vendedores callejeros, ponían a la sombra sus carretillas con naranja de chinas y melón, Estanislao supo de Evangelina.En aquella esquina donde ella y Eusebia se contaban sus cuitas de madrugada y hacían planes para un futuro incierto, Estanislao la encontró una tarde. Alegre y sin complejos le comunicó la nueva, Evangelina venía la próxima semana y le prometió un almuerzo con macho asao y congrí, en el mejor estilo tradicional.
La llegada de la mulata causó la esperada conmoción en el barrio. Se bajó de un Turitaxi, al que pagó en dólares con una buena propina, que el chofer agradecido retribuyó con una cálida sonrisa y la oferta de estar a su disposición siempre que lo necesitara.
-Graciaz, vale, lo tendré en cuenta, si señó.
En la casa, que a Evangelina le pareció pequeña y descuidada, le esperaban las primas y las amigas del barrio. Había expectativa por escuchar de sus aventuras y sobre todo por el esperado momento de abrir las maletas, donde se suponía la presencia de algún regalo para cada una, al menos de las más allegadas, pero más que eso, lo cierto es que en general, la presencia de la recién llegada, había impactado a todos. Un vestido blanco, de tela fina, elegante y a la moda, un peinado que convirtió su pelo sospechoso en una glamorosa melena entre rubia y plateada. Hermosos pulsos, cadenas y anillos, resaltaban su cuello elegante y sus manos bien cuidadas. Evangelina se había transformado, de la mulata bonita y sandunguera, provocadora y un poco vulgar, en una gran dama de sociedad.
A ella, también la confundió un poco el recibimiento. Tenía sus temores, después de tanto tiempo ausente. Abrigaba la inquietud de cómo la mirarían, como la juzgarían y en que estatus conceptual de la moral del barrio estaría colocada. A pesar de sus andanzas europeas, de su contacto con una sociedad menos prejuiciada y hostil a situaciones como la de ella, sabía, que en la mente de aquellas gentes sencillas y tradicionalistas se amalgamaba una mezcla de sentimientos que incluían, el reparo de los viejos tabúes y costumbres y la curiosidad y la rivalidad, que inevitablemente despertaban su decisión y su evidente éxito.
Estanislao la recibió con afecto. Parecía haber olvidado sus viejas preocupaciones y como aceptado la inevitabilidad de una conducta, que aunque en el fondo le dejara lejanos y antiguos resquemores, le enfrentaba a la omnipresente realidad contemporánea cuyos inescrutables designios no podía eludir. Por otra parte, varias de sus amigas, con más o menos éxito, habían transitado senderos similares y se enfrentaban, como ella, a la lucha por adaptarse a las nuevas costumbres y realidades que no dejaban de constituir un reto difícil y complejo. Pero necesitaba conversar con Eusebia, su amiga y confidente, la única a quien podía confesar sus angustias y sus frustraciones, sus anhelos y sus sueños, y esclarecerse un poco ella misma aquella caleidoscópica visión del mundo en que ahora vivía, donde se mezclaban en proporciones diversas, la sustancia espiritual de su origen y creencias de sus vivencias juveniles y sus sueños adolescentes con las ventajas materiales que rodeándola, le dificultaban el análisis de la conveniencia y la seguridad de su elección. No todo era color de rosa, aunque su presencia y su imagen dijeran lo contrario. A nadie que no fuera ella, podía confesar sus temores y ansiedades, la inseguridad y la inquietud, que el abordaje de aquella sociedad ajena le asignaba como tributo inexcusable de su incorporación. Su juventud y simpatía, su belleza física y la alegría contagiosa que su origen y cultura le había regalado como atributo gratuito, le facilitaban la tarea, pero a pesar de ello, tuvo que esforzarse para hacerse un espacio propio, independiente del que la posición y la influencia del marido, le dieron como asidero para comenzar.
Por otra parte, y en especial cuando las cosas no marchaban bien, la nostalgia y el recuerdo de sus calles y sus aceras, del calor aplastante, que en aquella fría realidad geográfica, le parecía ahora cálido y agradable refugio, le despertaban por las noches, melancólica y triste. El bienestar material compensaba en parte el golpear de estas vivencias, pero no le hacían olvidar su origen y procedencia, que asaltando su conciencia, le proporcionaban una sensación de vacío, como si algo impreciso e indefinible faltara en aquella vida cómoda y regalada, como si alguna raíz esencial, alguna savia vital, hubiera dejado de pertenecerle y de trasmitirle el influjo de sus ancestros, que a pesar de los cambios pugnaban por palpitar y expresarse.
El abrazo de Eusebia le trasmitió el calor y la solidaridad de la vieja, verdadera e incondicional amistad. Esa que expresa el gozo del contacto sin esperar nada más y los ojos húmedos, y la risa entrecortada con el llanto, la distinguían de otros abrazos y otros saludos. Que falta le hacía Eusebia. Quizá con ella cerca las cosas serían más fáciles.
-Evangelina, la paladar de Fefa no es lo mismo desde que te fuites. Hay mucha gente nueva, gente que trata de seguir tu pasos, que eta luchando, pero la calle no e fácil mi amiga. Sabes que te ves etraña. No sé si es el pelo, o la piel, pareces más blanca. Dice Ramiro, el chofer que te trajo del aeropuerto, que tu etas hablando como epañola.-Bueno Eusebia, esto del acento es como que se te pega sabez. Joder, que aunque no lo quieraz, a los tres meses hablas como si hubieraz nacío en Sevilla. Yo creo que a veces se me va la mano con las zetas y cuando se revuelven con las ese que nosotros nos comemos o ponemos donde no van la cosa se vuelve una jerigonza de hostia.Sabes, mi marío me ha advertío, que ni de juego puedo ir a la paladar, pero yo quiero ver a Fefa, ademáz, le traje su regalito, no faltaba más, que ella para mi fue siempre como una madre, y eso no se olvía, no seño.
A medida que transcurría el tiempo y se enteraban de sus mutuos secretos, ambas sentían, que a pesar de la vieja amistad y el afecto recíproco, de que durante el lapso transcurrido añoraron este reencuentro y pensaron mil veces las muchas cosas que querían compartir, algo había pasado, ninguna sabía que, pero la vieja confianza, la profunda e incondicional comprensión mutua, los intereses comunes ya no eran como antes. Ambas sentían como si una barrera, impalpable e invisible, las alejara, separara sus vidas, y como si un viento frío y paralizante las envolviera, al poco rato, comprendieron que ahora, no tenían tantas cosas de que hablar.
Ninguna de las dos se atrevió a confesarlo, ni siquiera a aceptarlo, pero los deseos expresados de nuevos contactos quedaron un poco difuminados e inconclusos y cuando se aproximó la fecha de la partida, comprendieron que casi no se habían visto y que poco sabían la una de la otra
Y Evangelina regresó de nuevo a la Europa distante y fría. A recomenzar una vida, donde a pesar de las ventajas, siempre sentía que algo le faltaba, quizá el murmullo de la guitarra y de las claves, el calor sofocante de las noches, los ruidos de la calle, y los chismes de las comadres. Aquella sensación, siempre latente, de sentirse extraña, diferente, como una flor sembrada en un invernadero, donde lo artificial del ambiente, por perfecto que fuera, no podía sustituir la sabia natural y verdadera.
Atrás quedó Eusebia, que tampoco era la misma, porque las inevitables transformaciones de Evangelina, eran como una muralla que las dividía, y que parecía con tendencia a crecer en el tiempo, en la medida que los cambios de la amiga se acentuaran y más que fingidos o apropiados con carácter transitorio, se hicieran permanentes y definitivos, mientras para Eusebia, el futuro estaría enfermo de monotonía, constreñida a su propio escenario, que no prometía cambios ni variaciones, y en la misma proporción en que los años marchitaran sus opulencias, la relegarían a la rutina cotidiana, donde los viejos sueños pasarían a ser recuerdos de una juventud lejana.
Estanislao, además de alegrarse por su hermana, quedó con la esperanza y la promesa de una visita, que le serviría de estímulo para sobrellevar la cotidiana aspereza de su vida. Hizo oídos sordos de las murmuraciones y los comentarios y continuó inmerso en sus habituales ocupaciones. A fin de cuentas, allá tan lejos, Evangelina no resultaría lastimada por el enfoque conceptual de su estatus, que la recalcitrante opinión del barrio le endilgaba.
Evangelina, sentiría muchas veces, en medio de ajenas y extrañas expresiones musicales, un sordo rumor de tambores, un agudo y penetrante clamor de trompetas, que emergiendo del fondo de sus recuerdos le harían mover las caderas, en un ritmo cadencioso y lejano del que no podría escapar por lejos que se fuera.
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