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26 muertos para Mazorra, que regresa

Enviado el 17 enero, 2010 en Cuba,Salud, Psiquis, Higiene por cogito

Solo un breve comentario sobre las recientes noticias de las muertes en el Hospital Psiquiátrico de La Habana.

Hace algo más de 50 años, siendo un adolescente, tuve que visitar (por circunstancias que no quiero recordar) el Hospital Psiquiátrico de Mazorra. Poco tiempo después llegó a mis manos El Infierno, de Dante, un libro gris para mi edad. Pero esa lectura no me resultó tan difícil, y hasta sentí cierta curiosidad, porque una parte de los horrores ya los había visto de cerca durante aquella visita.

Para los jóvenes de aquel entonces, Mazorra significaba el paradigma de la injusticia social reinante en el país. Era la meta romántica de lo que había que hacer desaparecer, tanto, como el presidio político que describió Martí casi cien años antes: con una mano taparse los ojos y con la otra empujarlo hacia el abismo.

Y ahora digo que algo más de 50 años después de aquella desagrable visita, que la injusticia social ha sido entronizada, que los horrores están multiplicados, como desafiando al autor para que resucite y actualice su obra sobre el Infierno.

La Mazorra de hoy, el irónicamente llamado Hospital Psiquiátrico de La Habana, centro subsidiario de tortura política (como no lo fue en tiempos de Batista), representa la bancarrota de un sistema fracasado, pecaminoso y cruel, que ha extendido el paisaje de miseria, desolación y muerte a todo el país, convirtiéndolo en un gigantesco, demencial y dantesco campo de sufrimiento.

26 son muchos muertos. ¿Que habrá detrás de todo esto cuando se atreven a dar esa cifra? ¿Es que con esa cantidad querrán ocultar ante la historia que en realidad hayan sido varios cientos o tal vez miles?

Pero la maldición de Mazorra no se quedará en aquellas caballerías de terreno cercanas a Rancho Boyero. Esta maldición ya está dentro del propio régimen que desconcertado y desmoralizado, abandonado a su rumbo, con la única protección de las reflexiones insulsas de un capitán sin navío, ve que ya no cuenta para el mundo ni para la población, que solo dispone de sus fabulosas fortunas y que a sus verdugos solo les resta huir como ridículos delincuentes.

Parece que desgraciadamente va a cumplirse otra vez la sentencia de que no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista.

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