Interculturalidad: la integración de los inmigrantes
La palabra interculturalidad se repite cada vez que abordamos el tema de la inmigración. Es lógico que así sea porque en cualquier país la interculturalidad se hace patente aún cuando no se perciba con esa categoría. Japoneses aprendiendo a bailar y cantar flamenco, chinos jugando béisbol, kuwaitís escuchando a Mozart, rusos bebiendo mate, belgas cantando rap, son elementales manifestaciones interculturales.
Cuando enfocamos la inmigración desde el punto de vista intercultural, aparecen componentes prácticos que no siempre se abordan con la suficiente eficacia, especialmente cuando también combinamos el asunto con el concepto de integración.
Los suecos, que en su día fueron grandes receptores de inmigrantes de todo el mundo, lo hicieron de una manera muy sencilla y práctica, más o menos siguiendo esta pauta: las condiciones necesarias para la integración del inmigrante son 1) que aprenda el idioma; 2) que sus hijos asistan a la escuela; 3) que trabaje. Si bien es verdad que estos tres aspectos no son suficientes para asegurar que la integración quede culminada, sin ellos es imposible que ocurra.
Algunos estudiosos del tema de la interculturalidad la colocan en una situación tal que nos parece interminable, inalcanzable, el logro de una correcta integración de los inmigrantes. En ocasiones se pretende que la población receptora se prepare para este fin como si otras cosas no ocuparan su atención. Tenemos que hacer de las tareas por la integración un objetivo muy práctico. Es por ello que tenemos que enfocarlo desde, al menos, tres puntos de vista:
- el de las instituciones gubernamentales y sociales
- el punto de vista del inmigrante
- el de la población, el del hombre de a pie
Las instituciones gubernamentales tienen que poner en vigor disposiciones legales claras y estables que permitan a todos los que intervienen en asuntos de inmigración actúen con iguales criterios. Un resumen de las disposiciones de interés para los inmigrantes, redactado de forma didáctica y en las principales lenguas que éstos hablan, debe ser publicado y revisado periódicamente, y distribuido en los puntos de entrada, en las localidades y a través de las instituciones sociales. Las autoridades locales deben contar con un mínimo de recursos para enfrentar situaciones que no permiten demoras, para establecer sus propios controles primarios y disponer de todas las coordinaciones necesarias para remitir los casos que no pueda atender. La excesiva centralización del control y atención de los inmigrantes conduce a la desatención y al descontrol. Estas instituciones tienen la responsabilidad, con el apoyo de otras de tipo social (incluidas las ONGs) de divulgar de forma efectiva toda la información necesaria para que la población, de forma general, conozca los aspectos positivos de una inmigración organizada, los deberes y derechos de esa inmigración, aprovechando esta vía para desmontar tópicos y prejuicios sobre los inmigrantes. Pero si queremos resumir la tarea básica de estas instituciones, podemos decir que consiste en ofrecer al inmigrante una inmediata y rápida formación como ciudadano de la sociedad a la que ha llegado en situación precaria, para mejorar sus condiciones económicas y de vida. No se trata de que estas instituciones dejen de dar la ayuda necesaria, en muchas ocasiones vital, a los inmigrantes, sino que eviten centrar su labor en el enfoque paternalista y proteccionista, y que cuanto antes doten de las herramientas necesarias para que puedan salir adelante. Las instituciones sociales pueden divulgar la disponibilidad de inmigrantes para aquellas profesiones y ocupaciones deficitarias en el mercado laboral y organizar cursos para capacitarlos en esas u otras ocupaciones, con el apoyo del estado.
Por su parte, el inmigrante debe comenzar su nueva vida con una disposición positiva para aprender las nuevas reglas que rigen en el país receptor. Sin perder sus costumbres autóctonas debe entender que posiblemente no coincidan, ni tengan parecido, o que legal o seglarmente no sean aceptadas respecto a las locales. Debe entender que tiene derecho a profesar sus creencias, pero que el estado no está en la obligación de proporcionales los medios para su ejercicio. Y sobre todo, debe comprender que es vital que aprenda el idioma. Una tendencia del inmigrante es comparar con frecuencia las situaciones del país receptor respecto al de origen cuando aquellas le son adversas, y esto no favorece su integración. Que el mercado del país no tiene necesariamente que dispensar las mercancías o productos usuales en los países de origen si sus conveniencias comerciales así lo aconsejan. Debe conocer las costumbres higiénicas locales y las formas de relacionamiento con los demás. El conjunto de estos aprendizajes es la llave para facilitar una actitud positiva de la población para aceptar al inmigrante. Es como hablar de un crisol cultural previo a la interculturalidad y no de un proceso de multiculturalidad.
Las costumbres y la cultura locales se enriquecen con la interculturalidad. Sin embargo, estoy personalmente en desacuerdo con forzar esas costumbres y cultura para adaptarlas a las de los inmigrantes. Promover el intercambio de esta manera provoca tensiones innecesarias entre la población y los inmigrantes. El proceso de asimilación y adaptación de las costumbres foráneas a las locales es un proceso lento durante el cual el receptor debe llegar a convencerse de la riqueza de lo que adopta.
Al sector de la población con prejuicios y opiniones contrarias a la inmigración, o sin opiniones sobre el asunto (sectores que son mucho mayores que lo que el optimismo nos hace estimar), no estará en disposición de aceptar al inmigrante hasta que no queden aclaradas cuestiones tales como las siguientes:
- ¿Por qué tienen que venir al país?
- ¿Son un problema para la economía?
- ¿Afectará a los nacionales en la disponibilidad de empleo?
- ¿Qué beneficios trae aceptar inmigrantes?
- ¿Se compensan los gastos que provocan la inmigración y que se pagan mediante los impuestos de la población?
- ¿Se corre el riesgo de nuevas enfermedades?
- ¿Aumentará la criminalidad?
- ¿Respetarán las costumbres locales?
Mientras no se dé respuesta a estas interrogantes, no tendrá efectividad cualquier acción para propiciar la integración y promover la interculturalidad entre la población. Pretender la masiva concienciación de la población sobre la inmigración mediante charlas a pequeños grupos de personas, cortos mensajes radiales o televisivos, u otras vías no promete alcanzar los resultados esperados. Pretender que la población esté dispuesta a aprender qué inmigrantes no comen carne de vaca, o a qué mujeres no se las extiende la mano en señal de saludo, o a quienes no se mira a los ojos, o que a estos hay que tratarlos así y a aquellos de esta otra, en fin, aprender las decenas de costumbres distintas que tienen los inmigrantes de la localidad, es un propósito condenado al fracaso. Hay que pensar en el proceso de aceptación en términos de "economía de acciones" y efectividad del mensaje. Es por esto que considero más efectivo que ese mensaje llegue a través de los hijos, que deben recibir una información legítima sobre inmigración, interculturalidad e integración en sus centros de estudios, ya sea mediante actividades organizadas por instituciones sociales autorizadas para ello y/o a través de una asignatura, en el caso de España y varios países de la Unión Europea, Educación para la Ciudadanía. Por esta vía puede llegar el mensaje a muchísimas más familias. De la misma forma, poniendo ejemplos, que los padres van comprendiendo y aceptando, por la acción de sus hijos, las nuevas tendencias de la moda joven (piercings, peinados insospechados, ropas minúsculas), o las preferencias sexuales (cosa inimaginable hace unos pocos años), o las inclinaciones de temprana independencia (viajan por todo el mundo solos o con sus iguales, hacen sus fiestas entre media noche y los comienzos de la mañana), debe llegar el mensaje de la necesaria interculturalidad en la que el mundo actual está inmerso. Estas acciones son particularmente efectivas a partir del noveno grado o clase (tercero de ESO), en las que la personalidad del joven comienza a tener una cualidad más estable.
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