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LA SOLEDAD DE LOS ANCIANOS

Enviado el 27 octubre, 2008 en Arte, Música y Literatura por menendag05

LA SOLEDAD DE LOS ANCIANOS

En mi trajinar de este exilio tardío que impone condiciones a mi perfil profesional, pasé en más de una ocasión, de viejo médico pediatra a viejo médico de ancianos.

Trabajar en un centro de la tercera edad, entre otras cosas, nos obliga a meditar, con más razón si nuestra edad cronológica ronda el rango promedio de los pacientes.

Un realista sentido de identidad, que a distancia no se percibe de manera tan evidente nos enfrenta con el análisis inevitable de las transformaciones que no solo impone la edad cronológica, sino además, el proscenio en que se mueve este grupo humano, que de ninguna manera puede escapar a la omnipresente modernidad en que vivimos.

Y una de esas tardes silenciosas y tranquilas, después de un largo período de observación y convivencia, si bien desde el ángulo profesional donde sin perder la objetividad se puede no obstante mirar desde otra orilla, se me ocurrió esta meditación. 

LA SOLEDAD ENCLAUSTRADA

La serena quietud, casi conventual, se traduce en un silencio abrumador, interrumpido esporádicamente por algún quejido, el  reclamo de ayuda o el lenguaje coloquial, impregnado de trivialidad y frecuentemente incoherente y lejano de su realidad presente.

La mirada, habitualmente extraviada, que más que percibir los reflejos de la actualidad se pierde en un tiempo difuso recreando una realidad virtual, que se difumina en el pasado.

La piel maltrecha por el tiempo, su lento deambular o su inmovilidad, su pérdida de contacto, tanto con un mundo y una generación que no le pertenece y con un futuro nebuloso, turbio, casi inexistente, o al menos desprovisto de optimismo, manifiestan antiguos trazos que perduran como distintivos de sus arcaicos rasgos. Desde la anciana que persiste en un maquillaje extremo, rezago de los hábitos de una lejana juventud, hasta el hombre, vigoroso aún físicamente, que esconde bajo un aspecto hosco y distanciado su incapacidad de resignarse a la pérdida de los atributos que otrora le hicieron destacar en su mundo.

El hecho de convivir en grupo, lo que implica la pérdida inevitable de la intimidad y la individualidad, la percepción, en ocasiones subliminal, de la ausencia de un ambiente  hogareño, con sus contradicciones y sus desazones pero siempre con algunos rasgos, más o menos evidentes de sentimientos de comprensión y apoyo.

La fatiga física e intelectual, las limitaciones, la sensación de abandono y la impotencia para escapar de ese microcosmo – epílogo inevitable de los que alcanzan esa etapa- se condiciona y refuerza con la tendencia transformadora de una cotidianeidad que impone sus leyes, al margen de deseos y sentimientos, que quizá subsistan en muchos casos, pero que resultan aplastados irremediablemente por una realidad universal, que ocupa, con otros intereses y necesidades materiales y/o espirituales su espacio vital y demandante, que arrinconan la antigua familia nuclear que dejaba oportunidad a sus tradiciones ancestrales.

Aunque persisten, diría que  aun en un porcentaje relativamente alto, las familias que robando espacio  de su escaso tiempo, de márgenes cada vez más estrechos, los visitan y tratan de halagar su espíritu, que los reciben en su hogar y se esfuerzan por  reinsertarles, al menos transitoriamente en el ámbito familiar – constituyendo esa expectativa periódica, un estímulo no despreciable – lógicamente marcado por la transitoriedad y por las posibilidades coyunturales y reales para llevarlo a cabo, el sentimiento prevaleciente en estas comunidades es la soledad. Soledad en colectivo. Soledad dentro de un grupo heterogéneo, de hábitos, costumbres y tradiciones propias.

Soledad en la pérdida progresiva de contacto con su hábitat  natural, con la savia nutricia   procedente de sus raíces, de los sueños e ilusiones que aún cuando, (y quizá por suerte) no se perciben de manera definida, determinan como conducta, en la mayoría de los casos la  resignación, en otros la introversión y en algunos la rebeldía (manifiesta o no) contra un estatus de desesperanza sin solución.

La Sociedad moderna invade el terreno de lo tradicional. En gran medida de manera inevitable y con una influencia directamente proporcional al grado de desarrollo. Cuanto más alto el nivel tecnológico y cultural, cuanto mayor la estructuración de la Sociedad de Consumo, pilar al mismo tiempo del desarrollo económico, la desproporción implícita entre la capacidad adquisitiva de la familia y la oferta que marca su día a día, más afectada resulta la extensión y profundidad de la relación filial.

Al hombre le resulta cada vez más difícil escapar a esta contradicción y si alguna asignatura pendiente, de las muchas que le restan, tienen que afrontar las Sociedades Democráticas, los Estados de Derecho y los realmente interesados en su supervivencia es la reducción, sin intentar igualar, como proponen los Neo-Populistas- que solo conduce a la disminución de la productividad y al desastre- la brecha que separa los diferentes estratos de la sociedad y una distribución más justa de la riqueza, que en general, cada uno en su nivel, contribuyen a generar.

El sentimiento conformista de los pueblos y estados enmarcados en sus proyectos por una religiosidad o un enfoque ideológico intransigente, intolerante, discriminatorio y excluyente no tiene posibilidades de desafío frente a esta realidad.

El distanciamiento intergeneracional ha sido una característica tradicional en el desarrollo. El espacio medido en años que separa a una de otra generación se ha ido estrechando. No obstante los cambios en hábitos y costumbres entre una y otra resultan abismales si se comparan con los de hace un siglo. En esto tiene mucho que ver el explosivo desarrollo tecnológico que caracteriza a esta última etapa y las implicaciones que impone. La comunicación y las relaciones entre una y otra generación se han hecho más complejas y desbordan las posibilidades de su control, dificultando la interrelación entre los miembros de la familia.

La melancolía y el distanciamiento de sus orígenes, que por una parte asignan los cambios biológicos, se hace más presente en nuestros tiempos por los avatares económicos y psicosociales de un universo lleno de contradicciones y expectativas cuyas demandas crecen sin que la capacidad de respuesta para enfrentarlas le siga de manera paralela.

En el marco de esta realidad, que en general descubrimos cuando nos acercamos a ella, las conductas y motivaciones pueden diferir, pero los resultados suelen ser muy parecidos.

El hombre, a pesar de la sabiduría de la naturaleza, que hace de él una máquina casi perfecta, del desarrollo permanente de la ciencia, que prolonga su expectativa de vida, incrementado una longevidad que ocupa cada vez parcelas más importantes de la estructura demográfica, al menos en el mundo desarrollado, que nos asombra cada mañana con saltos impresionantes y casi increíbles de la ciencia y la tecnología, no ha avanzado paralelamente en la conservación de valores éticos y arraigados sentimientos, capaces de definir y sostener, algo tan determinante, como la calidad de vida de la ancianidad, donde las satisfacciones espirituales y el calor insustituible de la familia retomen un espacio perdido.

En el marco de esta contradicción que de manera inapelable impone el desarrollo resultaría injusto olvidar, que esa generación que ahora reclama sus derechos, en particular en el terreno espiritual, constituye el cimiento sobre el cual se edificó el presente y que la actual transitará las huellas que ellos van dejando asumiendo entonces una comprensión más cabal del olvido en que nos sumerge el paso inexorable de los años.    

HERMENEGILDO

 

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