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EL REGRESO

Enviado el 21 agosto, 2008 en Arte, Música y Literatura,Cuba por menendag05

EL REGRESO

Argimiro lo estuvo pensando mucho tiempo. Finalmente se decidió, hizo sus trámites; preocupado por supuesto, pensando si su salida ilegal le acarrearía problemas; pero para sorpresa suya nadie se inquietó por ello. Parecía que aquella conducta tan criticada y perseguida en la época en que ocurrió, había pasado a ser un evento tan trivial, que a pesar de la manipulación que ambos bandos utilizaban para sus fines políticos, la gente común y corriente, que no tenía aspiraciones en ese terreno, que vivía de su trabajo y añoraba volver a sus umbrales, no encontraba grandes dificultades para  realizarlo. Los recalcitrantes de allá, podían verlo, a través de su estrecho prisma, como la aceptación de una  tregua, como el abandono de una tendencia radical, mediatizada por la añoranza de sus orígenes y los del otro bando, pensarían si se  arrepintió, sé auto censuró, rectificó y reconoció los errores que lo condujeron a su decisión.

Ambos se equivocaban. Él había emigrado buscando un futuro con más  posibilidades, un escenario donde probarse a sí mismo su capacidad para alcanzar el éxito dependiendo de su esfuerzo propio, sin que ello estuviera supeditado a la aceptación de esquemas y modelos, que aunque en el terreno teórico pudieran representar oníricos y quijotescos  proyectos justicieros, dejaban sin contemplar la vieja realidad humana de considerar el porvenir a través de la imagen de su individualidad, lo que no necesariamente negaba sentimientos solidarios y preocupación social, simplemente, establecía un orden de prioridades que subordinaba estos últimos a la materialización de los resultados en el entorno de si mismo y su familia.Cuando tomó su decisión, Argimiro tenía 21 años. Era flaco, alto, huesudo y a pesar de practicar deportes, su anatomía se resistía a alcanzar el desarrollo muscular, que le conformara el cuerpo atlético, que a esa edad, le parecía esencial atributo de masculinidad para conquistar al sexo opuesto. Procedente de una familia modesta, comprometida por el torbellino asfixiante de la realidad en que vivía, fue Pionero y Joven Comunista y estuvo en la Escuela al Campo y en una Beca donde alcanzó un nivel de Técnico Medio que le llevó a trabajar en aquella empresa, donde era considerado por su seriedad, su eficiencia y su conducta concordante con su condición. Era un joven común, en una sociedad igualitaria y autocrática y durante mucho tiempo, se conformó con su estatus y su rango social.Su pueblo de origen, soñoliento y tradicionalista, le marcó con su tendencia conformista y ritual, donde la mayoría aceptaba su condición y su destino como algo doctrinario e inevitable. En el corrillo de sus íntimos, por supuesto, se hablaba de otras posibilidades y se discutía en un plano hipotético, la posibilidad de acceder a las ventajas que aquel otro mundo prometía. La politización dogmática y oportunista, que pretendía resaltar todas las ventajas de nuestro proyecto y desconocer sus fracasos y sus errores, reflejo cercano de los fracasos y errores de allende los océanos, que en los últimos años se habían hecho evidentes, no podía excluir de las mentes más jóvenes y menos contaminadas el surgimiento de las dudas y las inquietudes que la realidad contemporánea imponía, a pesar del ocultamiento, las críticas y las pretendidas diferencias históricas y humanas que aparentemente distinguían a los actores de un drama, que con el mismo libreto y el mismo estilo se desarrollaba en lejanos escenarios.Las generaciones que precedieron a la de Argimiro, no tuvieron la posibilidad de analizar estos contrastes, porque, aunque evidentemente existían, se mantenían ocultos y reprimidos, dando la impresión de un conformismo militante, que reconociendo las limitaciones que imponía, justificaban su necesidad como premisa para materializar el resto de las supuestas conquistas  y presuponiendo, que esos lunares que afeaban el conjunto, serían transitorios y fugaces. Quizá por ello y por otras razones menos evidentes, el pensamiento solapado y oculto, auto reprimido, secreto, que comenzó a germinar en aquellas mentes, se trasmutó, progresiva e inconscientemente, desde la sospecha y la vacilación, a la convicción  firme, de que el destino de la nave arrumbaba por un derrotero falso, y desde el convencimiento pueril, que en algún momento fue firme creencia, de que su promotores eran fieles a ese rumbo por cuanto eran místicos y leales convencidos de sus bondades, hasta la ingrata evidencia, del carácter pragmático, que desconociendo la realidad objetiva, seguía imponiendo este pensamiento, porque las estructuras creadas y en otro tiempo mayoritariamente apoyadas, eran la base de sustentación sobre la que descansaba la conservación del poder.Curiosamente, la tendencia generacional, no contemplaba seriamente la posibilidad de oponerse o de luchar para cambiar el orden establecido. La propensión predominante, manifiesta o solapada, era la fuga, el abandono, el incorporarse a la diáspora creciente y sostenida de una masa abigarrada y compleja, motivada por las mas diversas causas, pero que coincidía en la senda del exilio, no solo por la intolerancia y la rigidez  que limitaban su libre albedrío, en el ámbito del pensamiento y su expresión o de lo que muchos consideraban como  vital, la creación de la base material que asegurara un futuro, cada vez más comprometido e ignoto, sino también, simplemente, por el cansancio espiritual que décadas de abandono de su propia iniciativa e independencia, supeditadas a la supuesta conveniencia social, le resultaba impuesta y exigida como condición de supervivencia. Argimiro llegó al aeropuerto en un mañana fría y desapacible, que le condujo a incluirse en aquella heterogénea mescolanza de gentes, que persiguiendo el mismo destino, exhibían comportamientos y conductas, que conservando los rasgos estereotipados que caracterizaban a los comunitarios, mostraban sin embargo las tendencias particulares que modelaban a cada cual según su origen y cultura, pero sobre todo, según el éxito o la categoría social a la que el gesto migratorio les hubiera conducido.El no se consideraba ni un Winner ni un Looser, si es que en aquella categoría definitoria existían los términos medios. Era uno más, entre los muchos, que aunque sintiendo con frecuencia la nostalgia de la lejanía, no se arrepentía de su decisión. Le hubiera satisfecho más, alcanzar lo que tenía, sin afrontar los retos de  aquella reubicación, en su propio suelo, pero estaba consciente de la inviabilidad del intento de  compatibilizar estos términos. Como no conocía a nadie, se mantuvo ajeno y distante. Le resultaba desagradable la tendencia a la ostentación y los esfuerzos y estrategias que se planificaban para evidenciar en el cercano proscenio la real o fingida prosperidad y satisfacción que no siempre se correspondía con la realidad. Aquella señora gorda y excesivamente maquillada, con el pelo teñido de un rubio explosivo, espejuelos oscuros evidentemente innecesarios en la fresca penumbra del acondicionado salón, con las huellas de fallidos y reiterados intentos de una cirugía estética, impotente para ocultar la realidad implacable de los años, pretendía captar la atención   de los inexpertos, haciendo gala de sus siete viajes y su conocimiento de la situación en aquella tierra, que como los otros, abandonó un día, con el hastío, el cansancio, y la frustración de la desesperanza, para desembarcar, según el testimonio de sus manos maltratadas, en el único cambio a que podía aspirar, el rudo trabajo manual, que no obstante, la elevó en la clasificación social de los que se quedaron y a los cuales, generosamente socorría, aun a expensas de erosionar su no muy exitosa economía..No es que fuera precisamente el común denominador de aquella experiencia, para algunos mucho más exitosa y rentable. Pero para un analista imparcial, podía ser terreno de estudio sociológico. ¿Porqué personas de condición humilde, de nivel cultural limitado, procedentes de clases históricamente explotadas, en la no tan lejana experiencia social  que precedió a la telúrica convulsión que germinó, al menos en teoría, para rescatar los derechos conculcados  y abrir nuevos horizontes, precisamente para los pobres y olvidados, escapaban, aceptando los riesgos de una incierta travesía, para finalmente enfrentar, un medio hostil y discriminatorio que le ubicaría sin excusas en el estrato que sus posibilidades le marcaban y que sin embargo, y a pesar de todo, le permitían ascender un escalón, al menos a los ojos de aquellos que no pudieron o no se atrevieron a intentarlo?El matrimonio de mediana edad, con la niña de unos diez años, eran fieles representantes de una estampa clásica. No escatimaron nada para dejar, en los que le esperaban, el impacto de una indudable prosperidad. Él, había adoptado el tradicional desenfado en el vestir que el turista norteamericano común impone como etiqueta de viaje – zapatos deportivos de marca reconocida y ostensible, pantalón corto y camisa de colores estridentes-. Un sombrero, que nada tenía que ver con el resto del atuendo, completaba la imagen de despreocupación, solvencia, y bonanza material. La esposa, exhibía sus mejores galas con aquel vestido blanco que aunque elegante, no podía ocultar su procedencia  de la producción en serie,  siempre distintivo del origen rebuscado de un modisto que le aportara el toque personal y distinguido, y zapatos de medio tacón, evidentemente de estreno, porque con disimulo, se había descalzado, para aliviar las incomodidades de la primera puesta. La niña, en los albores de la adolescencia y ya con varios años de aclimatación, preguntaba en ingles sobre las novedades del viaje, lo  cual, a nadie llamaba la atención. En ese período de la vida la influencia del medio impone su vigencia y va siendo, rápida y progresivamente más fuerte que la del hogar.La llegada al aeropuerto marcó la diferencia entre los expertos repitientes y los novatos del primer regreso. Los primeros, conocedores de todos los mecanismos oficiales y extraoficiales, tuvieron un tránsito exitoso y feliz por los tortuosos vericuetos aduanales, mientras los segundos, sometidos al rigor de las complicadas exigencias, emplearon más tiempo en completar el periplo. Finalmente, el contraste, entre la bulliciosa parentela que esperaba, con el hábito de la recurrencia y la expectativa de los beneficios, y la soledad, de los que como él, debutaban sin aviso previo, en un retorno sin muchas esperanzas.Su pueblo de origen, apartado del tránsito vial de primer orden, le pareció más distante y olvidado. Sus calles eran las mismas, con su paseo central, donde un sol despiadado de mediodía mantenía alejados a los transeúntes, que deambulaban por aceras  y portales  como escabulléndose de su inclemencia. Las fachadas mejoradas o despintadas, parecían haberse apropiado de nuevos estilos que no obstante conservaban  la huella de los años y en algunos casos el deterioro inevitable y mutilador de la vejez. Su prolongado  alejamiento, le había impuesto, como a otros el gravamen de la pérdida de sus más allegados afectos. Los padres, fallecidos en su ausencia, le aportaban siempre en sus remembranzas, un sentimiento de culpa, de deberes no cumplidos, de ruptura, con su desaparición, de los lazos que lo unían a su origen. El callejón que llevaba al cementerio, le recordaba, de su infancia, sus cacerías de Tomeguines y vivencias de otros tiempos, que nada tenían que ver con la inapelable realidad y función de su existencia.Ante la lápida que guardaba lo que otrora fuera su refugio y su consuelo, su seguridad y su confianza, dejó una flor, tomada del camino, convencido de que su  espontáneo ofrecimiento, sería más sincero y tierno que la más costosa corona. Y regresó, persuadido, de que ese gesto le conmutaba la horrible sentencia del olvido Los rostros jóvenes de los transeúntes, que lo miraban con la curiosidad con que se observa al extraño, no tenían ningún rasgo físico que le permitiera sospechar su origen. Ni en los ojos, ni en la boca, ni en la forma de andar o gesticular encontró  la huella que delatara su procedencia. Los más viejos, los amigos de su padre, habían   muerto o emigrado tras las huellas de sus descendientes. Y las casas, que antes le resultaban familiares, eran ahora ajenas y extrañas un poco como si su abandono le hiciera pagar con su indiferencia  el tributo por  su alejamiento La vieja casa de su niñez le pareció  tan pequeña y maltratada que más bien representaba  una caricatura, un boceto,  que  poco tenía en común con la que atesoraba en su memoria como un recinto espiritual y plácido, preñado de recuerdos y de sueños de una época lejana y dulce, sin los prejuicios y los anhelos que en su juventud propiciaron aquella decisión, de la que sin arrepentirse, reconocía sus costos y sus riesgos, y de la que solo en parte se podía culpar. El patio de aquel viejo caserón, que podía observar desde la calle, le retrotrajo a una infancia lejana, que parecía disolverse en el tiempo y la memoria pero conservando en su intimidad los rasgos, emociones y recuerdos, que en sus ratos de soledad perfumaban una imagen, que escondida y protegida, guardaba celosamente, solo para el, idealizando aquella realidad donde se afincaban sus raíces. Había un niño, blanco, flaco, de ojos grandes y vivaces que corría tras un perro, sato, pequeño, de pelo blanco y amarillo. En algún momento de su juego el niño se detuvo y le miró. Parecía querer decirle algo y se acercó. El perro gruñó y ladró, primero como si advirtiera al extraño, que él, estaba allí para cuidar del niño y después, con una especie de gemido, ¿Sería llanto?, como si a través de la niebla de los años, que velaba sus ojos, sintiera que algo les unía.Una voz de mujer reclamaba la presencia del menor, en tono apremiante y autoritario primero, casi  amenazador después, ante el silencio cómplice del niño y el perro, que como encantados, mantenían aquella silenciosa conversación entre el pasado y el presente El ruido de una puerta, cuyos goznes chirriaron al abrirse y cuyo cierre sonó como una seca explosión rompieron el encanto. Argimiro no sabría explicar después lo que pasó. El niño y el perro ya no estaban, e incluso, la vieja cerca, que momentos antes se erguía para separarlos, ahora se veía desplomada, rota y oxidada. Era la misma cerca, pero muchos años después…Aquel viaje que tanto programó y difirió, en ocasiones  por razones objetivas que limitaban su tiempo y sus posibilidades y en no menor grado, por su temor a enfrentar con los ojos del presente la imagen idílica de un pasado que no quería mancillar, no le proporcionó muchas cosas agradables.Quizá, lo mejor del viaje, fue su encuentro con Rafael. Ya a punto de marcharse, desilusionado y un poco deprimido, encontró, al menos a uno de sus viejos amigos de la infancia.Rafael, tenía su misma edad, fueron a la misma escuela y compartieron en ella y en el terreno de pelota las primeras enseñanzas y las primeras disputas. Algunas canas se mezclaban con su original cabello negro y pequeñas arrugas en el ángulo de los ojos, marcaban el paso de los años. Era alto y flaco como él, pero ahora parecía un poco encorvado y sus manos descuidadas y no muy pulcras, se movían al ritmo de las palabras, como acentuándolas, como si su interlocutor fuera un extraño que hablaba otro idioma.Había estado a punto de marcharse con él, en aquella odisea juvenil que finalmente los separó, pero la realidad de una madre viuda y enferma, y los hermanos pequeños, fueron un lastre demasiado pesado que lo ancló y marcó su destino.Ambos recordaban vívidamente aquella noche oscura, sin luna, que precedió a la salida. Arturo, principal organizador de la aventura, estaba en posesión de aquella vieja embarcación, que un tío, aficionado a la pesca, casi ya no utilizaba, porque los años y la salud deteriorada le habían alejado poco a poco de su  práctica y que aunque con la preocupación normal de los riesgos que implicaba y con la sospecha de lo que se proponían, compartió con ellos el secreto, quizá aceptando en su conciencia que valía la pena correrlos y que probablemente él, si tuviera su edad los seguiría. En aquel momento, todavía Rafael luchaba con la contradicción que le planteaba su resolución, aun a sabiendas, de que no podría aceptarla sin traicionar sus deberes y responsabilidades y preocupado, además, por  el cómo lo verían los otros, y hasta donde, alguno pensaría que su decisión podría estar matizada por el temor. Finalmente, dejando en el camino sus sueños largamente acariciados, las argumentaciones que el mismo elaboraba sobre la posibilidad de mejorar la vida de los suyos, con el supuesto éxito de aquella zancada gigantesca que lo impulsaría al torbellino de otras posibilidades, les dio la espalda y sin decir adiós, regresó para asumir con estoicismo el sacrificio que el mismo se imponía. Y ellos, con la intrepidez y la fortaleza. que solo los jóvenes poseen y confiando en los rústicos conocimientos marineros de aquel aficionado , aceptaron el desafío y partieron.Los días que siguieron, estuvieron marcados por la incertidumbre y el temor, el sol abrasador de los largos días y el frío paralizante de las interminables noches. La rotura del viejo motor, la escasez de agua y alimentos y cuando todo parecía perdido, en un triste atardecer, la parición de una nave de rescate, que después de largos trámites los condujo a la nueva tierra.Sé contaron sus experiencias, sus éxitos y sus frustraciones. El desgarramiento de los sueños que no se consiguieron y las realidades que precipitaron el determinismo de sus rutas divergentes. Sé prometieron, para el futuro, mantener el contacto, y preservar los valores de aquella vieja amistad, aunque era  evidente, que para ambos, el futuro estaba definido, y por la propia esencia del mismo, sus caminos, se separaron desde el momento crucial de la primera definición y difícilmente tendrían puntos de contacto.Sé despidieron con un abrazo. Argimiro, quiso dejarle dinero. En el mundo en que ahora vivía era la forma más convencional de demostrar afecto. Rafael, que lo necesitaba, estuvo tentado de aceptarlo, pero algo en su interior le advertía, que a pesar de la intención sana, esto, solo podría contribuir a profundizar el espacio que ya les separaba. Pequeñas reminiscencias de una hidalguía juvenil le bloquearon a Rafael el acceso a aquel recurso y a Argimiro, le hizo sentirse aun más ajeno a aquel universo de sus orígenes.El poderoso muro que el destino que eligió había erigido a su alrededor se convirtió en una barrera alta e inexpugnable que dividía su vida en espacios diferentes.Las pocas gentes con quien conversó, algunas conocidas y otras eventuales contactos fortuitos, le reafirmaron el viejo concepto fatalista que para él, era una categoría inapelable. El hombre sueña con escoger su camino y voluntariamente lo intenta, se enfrenta a las dificultades que se lo impiden e incluso en ocasiones las aplasta, pero no puede sustraerse a la impronta de la realidad que le circunda y que con frecuencia, a pesar de sus valores y sus convicciones, le marca indeleble y definitivamente.La telúrica fuerza que se abatió sobre la tierra de donde procedía, despertó los ancestrales sueños  de justicia social, la capacidad de respuesta latente, que solo esperaba una chispa  iniciadora para esgrimir ideas redentoras, que inflamando las conciencias dormidas las lanzara a un combate sin tregua, bajo cuyo signo, el discurso patriótico, discurrió por los caminos de una ideología, novedosa y atractiva, que parecía haber encontrado la ruta    y la estrategia que le condujeran al triunfo.Esta aplastante fuerza, conducida por la imagen y el ejemplo de un liderazgo carismático, febril y apresurado por demostrar en la práctica la verdad absoluta e incontestable de su proyecto, no tuvo, para nada en cuenta, las realidades históricas, el pensamiento individual, los intereses y los prejuicios, de aquellos otros, que con los mismos derechos, no tuvieron oportunidad de argumentar o defender  sus juicios, quizá, porque dejar ganar terreno a las ideologías contrastantes, resultaba riesgoso, pero evidentemente, también, porque no se estaba dispuesto a compartir la esencia, el meollo de la cuestión, el ejercicio del poder.El cataclismo social que sobrevino, aparentemente inspirado en justas apreciaciones, creo un profundo cisma, que abatió, desde su inicio, el principio secular de la familia, su unidad, derribando las escalas de valores que la sustentaron y subvirtiendo el mérito jerárquico que milenariamente le había convertido en célula  fundamental de la sociedad.No se puede, impunemente, destruir un bastión tan enraizado. A partir del mismo instante de su comienzo, esta lesiva agresión a tan viejos y sólidos estamentos, inició la cuenta regresiva de su perdurabilidad.   Al mirar desde la altura, la tierra, verde y rojiza que se disolvía en un azul profundo y espumoso, Argimiro supo que no volvería.          

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