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Apenas cien metros (cuento)

Enviado el 31 enero, 2008 en Arte, Música y Literatura,Cuba,Varios por PorfinLibreYa

No me lo puedo creer, estoy en el barrio. Sí, allí está la pizzería y al doblar, mi calle. No puedo expresar lo que siento, al fin tras tantos años de nuevo pisaré mi calle, esa estrecha franja de apenas ochenta metros donde en cada poste del tendido eléctrico dejé colgada una sonrisa. El corazón me late con una frecuencia inusual mientras me acerco.a la esquina. ¿Cómo estará todo?. Seguirá en el mismo sitio la tapa de alcantarilla que nos servía de home play?, ¿y la mata de almendras diana de nuestras certeras pedradas?. No me lo puedo creer, estoy aquí y ahí está, nada más y nada menos que mi esquina.
Apenas giro un hombre de apenas cincuenta centímetros pasa por mi lado y se detiene. Me habla con una voz profunda: – ¡Caray!, ¿tú aquí?. ¡Vamos, coño!, ¡no conoces ni a tu primo?-. Le miro detenidamente y no doy crédito a mis ojos, es realmente mi primo Tony pero no puedo explicarme la reducción, medía 1.95 mtos cuando se fue en una balsa para Miami y desapareció. Observo que por debajo del dobladillo de los pequeños pantalones sobresalen dos fémures desgarrados que a fuerza de soportar el resto del cuerpo se han ido puliendo. En ese momento se gira hasta ponerse de frente y puedo apreciar la ausencia de su hemicara izquierda. Intento explicarme lo que estoy viendo pero no puedo, sencillamente estoy en medio de una tormenta afectiva, alegría, terror, gozo, pavor y estupefacción se apoderan de mí dejándome helado.
– ¿Qué pasa compadre?, dame un abrazo- me espeta con una voz gutural pues le falta parte de la lengua.
Abrazo el fragmento de primo y no atino ni siquiera a llorar. ¿Me habré muerto?. ¿Donde estoy?. Esta es mi calle, mi barrio, ¿que pasa?. Sin darme tiempo a ubicarme señala en dirección a mi casa.
– Mira, mi mamá te está saludando, se enteró que venías y quiso que la trajera.
– No se lo dije a nadie.
– Nosotros lo sabemos todo- me espetó con sarcasmo-. En la distancia mi tía Berta me saluda agitando los brazos efusivamente. Ella enloqueció tras la desaparición de Tony y dos años después un cáncer de mama terminó con su vida. Ahora la veo dando saltos de alegría y no sé que pensar. El pedazo de primo me vuelve a hablar.
– Voy hasta la pizzería a comprar un litro de ron para celebrar tu llegada, mira no te asustes, fueron los tiburones. Peor está Javier el Bizco, ¿lo recuerdas?. Sólo le dejaron la cabeza y ahora anda por el barrio dando vueltas y vueltas como una bola de billar, al principio se mareaba pero el muy jodedor dice que ahora le vé las nalgas en la parada a las mujeres, se les mete entre las piernas y tú sabes. Mira, no llegues a casa, cruza y saluda a la gente de Bernardito, que siempre preguntan por tí, están echando una partida de dominó. Espérame y llegamos juntos.
– Bien, bien, te espero- respondo en un susurro.
Los fémures de Tony golpetean sobre la acera y cruza la calzada en dirección a la pizzería. Estoy temblando, no puedo creer lo que estoy viendo. Me persigno y escucho carcajadas desde la acera de enfrente donde hay un grupo jugando dominó. Me acerco aterrado. Mis ojos no son mis ojos, son una serie de terror clavada en la retina. ¿Qué veo que no quiero ver y que a su vez quiero ver porque fue todo lo que he perdido?. Distingo a Leovigildo, que mataron en Angola apenas terminar el 10º grado apurando un trago de ron que se le sale en unos segundos por los orificios de bala en el abdomen mientras se dobla en el nueve. Enildo el que logró regresar de Angola pero que una semana más tarde en un trabajo voluntario se inmoló con alcohol de madera dice que recoja el nueve mientras contempla la ficha con sus retinas quemadas por la toxina. A su lado el viejo Bero, que nos vendía los cigarrillos a diez centavos, muerto en los ochenta, observa las fichas y descansa un cigarrillo sobre la cuenca vacía de su ojo derecho. Pero más increíble aún es la presencia de Bernardito. El susodicho que cobró relevancia en toda La Habana tras secuestrar uno de los barcos areneros de nuestra bahía, sucumbió unos años más tarde ante los sicarios de un jefe mafioso en Miami por su adicción a las estafas y lo más interesante que en la sonada ejecución no hubo un solo disparo, todo fue a base de arma blanca. Los senos escuálidos y punteagudos de Teresita, su esposa, sirven de cenicero en la macabra mesa mientras Bernardito me mira como puede desde ese rostro surcado de cuchilladas.
No aguanto más. Saludo a todos, incluyendo a Rodolfo, el giboso del barrio, fallecido también y espero a mi medio primo en al acera de enfrente. No he soltado aun la maleta, este es mi barrio y por eso mismo no debo distraerme no sea que aparezca un yo más joven y haga su Agosto con mis regalos. Es tétrico, cierto que lo es pero este es mi barrio, por encima de mis seminarios en la universidad y del Audi A6 que conduzca cada mañana, esta es mi gente, muerta, podrida, pero mi gente.
Camino unos pasos por la impaciencia y me sale un culo, perdón quise decir una mujer de un culo enorme anunciando "durofríos de fresa". Es Haydeé, la negrona más buena y hospitalaria del mundo, muerta también, pero que sólo denota un profundo cansancio en la voz al saludarme. – Coge, este es pa`tí, mi blanquito del alma-. La beso y no sonríe como siempre hacía, me da la ligera impresión de que está triste, ¿le habrán acabado el negocio con los apagones?. Unos pasos más adelante me saluda Ruperto. ¿Quién coño se acordaba de Ruperto salvo por ser el único que tenía teléfono en mi calle?. Cinco centavos la llamada, un ring y salía el Ruper voceando un nombre a los cuatro vientos. El Bill Gates de mi calle, el Ruper, ni Google ni nada, su voz atronadora gritando el destinario a los cuatro vientos como si de las trompetas del Apocalipsis se tratara.
Mi familia ha muerto, mi barrio ha muerto, ya no sé si yo estoy muerto. Solo vivo para que los que vienen detrás no tengan que vivir con tanta muerte clavada a los recuerdos. Demasiado horror en solo cien metros.
Lo siento.

      Porfin

Una respuesta a 'Apenas cien metros (cuento)'

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  1. Bi dijo,

    el 1 septiembre, 2008 a la(s) 23:17

    Hola Porfin, qué bueno sacarse los recuerdos de adentro, de lo contrario se pudren como nuestros muertos. Hoy yo he hecho lo mismo y he dejado constancia de ello. Magnífica historia, la he leido entre el terror y la fascinación.Ah y no he olvidado quitarme el sombrero!
    Bi

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