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Anoche la enterré

Enviado el 20 enero, 2008 en Cuba,Varios por PorfinLibreYa

Anoche la enterré a unos escasos metros de casa, justo en la ladera del barranco. Cuando amanezca tendrá junto a ella la imagen que siempre ha disfrutado, las verdes tabaibas mecidas por los alisios que traen el perfume del irascible Atlántico, los enormes lagartos correteando entre las rocas y el silbido del viento que compartimos tantos años. La conocí hace una década, recién llegado a esta isla y la consideré un regalo de dios, porque ¿no es acaso un regalo celestial para un emigrante solitario un alma cariñosa y una mirada, que más un un par de ojos eran una cascada de ternura?. Era mi perra y siempre lo será.


Recuerdo que fue un enero a escasos días de la festividad de los reyes. Salí de la clínica a fumar un cigarrillo y la ví a unos cincuenta metros avanzando en mi dirección. Mientras se acercaba, me juré una y mil veces que era Lady, la perra que dejé en Cuba, no me lo podía creer, era idéntica. Un pastor belga, de color champán con unos ojos enormes. Llegó junto a mí y se detuvo. Noté la mirada de angustia de los abandonados y en eso justo es decir que soy un experto, cada emigrante acrecienta la percepción de sentimientos y agudiza el sentido de la observación, casi somos capaces de oler la soledad y la tristeza. Nos miramos fijamente y le hablé, sí, le hablé o ¿es que alguien puede afirmar que los perros no entienden?. Sé que quienes me leen más de una vez pensarán que estoy loco y no les quito razón, me alejo con frecuencia de los patrones de cordura y eso que no me ven. Muchas noches junto a la orilla de la costa próxima a casa me he sentado a hablar con los familiares en Cuba y estoy convencido que me escuchan. Debo confesar que en mis noches tristes miro hacia el cielo y busco la estrella que identifico con mi abuelo y le hablo, le pido consejos y sé que me escucha y me responde. ¿Alguien es capaz de decirme que mi abuelo, noble y generoso como ninguno, con aquella mano cálida que aun siento sobre mi cabeza no se convirtió en una estrella?. Sí, estoy loco, pero disfruto esta dulce locura de lejanía y nostalgia que llevo siempre de la mano como una novia, quizás es la locura que sirve de refugio a aquellos que vagan por el mundo sin una patria, que ven declinar en el horizonte el lucero de sus vidas y no tienen la certeza de yacer al final en la tierra que les vió nacer. Estoy loco y lo sé. Le hablé y le dije que esperara. Corrí escaleras arriba y busqué en la nevera un litro de leche, algo de agua y regresé junto a ella. Bebió con avidez mientras la acariciaba y continué hablándole. Le explique que aun faltaba una hora para terminar el trabajo y que si a mi salida aun estaba ahí, me la llevaba a casa. Una hora más tarde la encontré junto a la entrada y caminamos juntos como si nos conociéramos de toda la vida. Por aquel entonces vivía alquilado y no permitían animales pero la dueña del piso hizo un buen negocio, atención médica gratuita a cambio de la permanencia de Lady a mi lado. La llevé al veterinario y se confirmaron mis sospechas, había sido botada como es costumbre por estos sitios tras las festividades donde se acostumbra regalar mascotas que pronto son abandonadas a su suerte. Tras la inserción de un microchip subcutáneo, las vacunas, la consulta y un carnet de salud acreditando su pertenencia al reino de España, nos fuimos a casa. Les juro que era una perra persona, cada día me esperaba para hacer sus necesidades fisiológicas en la calle, jamás lo hizo en casa y desde la primera noche se echó a mi vera para convertir en hábito el que le pusiera mis pies sobre el lomo, entonces se dormía como un niño mientras yo nadaba entre los libros.

Seis meses después compré la casa y aun me parece verle mover la cola cuando me escuchaba hablar del sitio del patio donde tendría su casa, grande y linda como ella merecía. Durante la mudanza al nuevo hogar se pasó todo el día con una de mis pantuflas en la boca, ¿habrá pensado que a lo mejor me iría sin ella y quería guardar algo mío?. Realmente no lo sé pero no la soltó hasta que llegamos a la nueva morada y a partir de este día la ví ladrar con más soltura, no por gusto ella era también la dueña. Durante estos diez años compartimos muchas cosas y algunas muy curiosas, unas buenas y otras malas, debo confesar que mi perra tenía hasta antecedentes penales. Un día, en medio de esta selecta urbanización de cuerdos con dinero donde los únicos locos eramos nosotros, Lady saltó la verja y se dió una "revolcá" de armas tomar con un enorme husky siberiano de un vecino. Al llegar a casa me encontré una nota del ayuntamiento donde me hacía saber que la doña estaba detenida en la perrera municipal y que si no la recogía en tres días sería sacrificada. A la mañana siguiente me llegué hasta la instalación en las afueras de la ciudad y tras cumplir los trámites de rigor, multa incluída, me llevaron hasta su jaula. No movió la cola, estaba con ella entre las piernas y no se atrevía a mirarme. Jamás me olvidaré de verla entre los barrotes como un adolescente que ha cogido una borrachera, la verdad que no me pude aguantar y solté una carcajada. Sólo al llegar al auto movió el rabo y la enorme cabeza se restregaba contra mi cuello desde el asiento trasero. Sólo se lo dije una vez. ¡Bandida!. Otra de las locuras de esta perra era su aficción desmedida al mar, en los días de pesca tenía que amarrarla a una cornamusa porque basta que uno se entretuviera y ¡zaz!, hombre al agua, perdón, quise decir perra al agua y después no había manera de subirla a bordo hasta que no se diera unos minutos de natación a nuestro alrededor. Hacíamos buena pareja a decir verdad, un pescador loco y una perra marinera, quizás algún lejano ascendiente suyo sirviera de mascota a una tripulación pirata, algunas veces lo pensé en serio.

Durante diez años pasaron dos mujeres por mi vida, encantadas pero al final incapaces de soportar a este vagabundo de amor que busca el secreto de su existencia por tierras lejanas pero al final, Lady estaba ahí llenando soledades con ladridos y un rabo capaz de competir con un Órbita recién salido de una fábrica rusa. Soy un insoportable y ella me aceptaba como soy, aunque debo señalar que de vez en cuando me soltó algunos ladridos de desaprobación en medio de mis berrinches. Otra cosa curiosa es que cuando me traje a la vieja de visita, la perra hosca y lejana de cualquier extraño desde que la vió, se acercó a ella y se hicieron inseparables.
Ayer al llegar a casa, la encontré dormida para siempre en su pose habitual de descanso. Me extrañó que no ladrara a mi llegada y corrí al patio gritando su nombre, estaba aun caliente, quizás esperó hasta donde pudo su corazón con tal de verme y sé que pensó en mí. La abrazé y la besé entre mis lágrimas, la llamé varias veces como si pudiera mi voz arrebatársela a la implacable parca. Otra pérdida, otra rama que el tiempo arranca de esta alma árbol sobre el que se abate un huracán de lejanías. Ahora descansa muy cerca de casa, junto al barranco y sé que los europeos de la vecindad seguirán observando incrédulos al cubano loco que escribe y habla con las estrellas, que ahora, alguna que otra noche de luna se sentará junto al barranco. Tontos, si agudizan la vista, si miran con la única visión válida, que es la del corazón, verán junto al cubano la figura de una perra enorme y cariñosa que descansa a sus pies.
Perdón,

   Porfin Libre
 

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