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Epitafio para un marginal.

Enviado el 13 enero, 2008 en Canarias,Cuba,Varios por PorfinLibreYa

                    Intentó venderme un boleto con toda la garantía de que sería el premiado e incluso con derecho a devolución, eso sí, antes de hacerse público el sorteo pero entonces el único perjudicado sería yo por ser tan obtuso como para devolver un boleto millonario de seguro. Se lo compré a pesar de mi escasa tendencia a los juegos de azar y a cambio soportó estoicamente mi curiosidad acostumbrada. Supe que era de La Güinera, un reparto con uno de los índices históricos de delincuencia más altos de la capital cubana y que emigró solo. Su desmembrada familia quedó en la isla, con hijas a las que nunca escribía pues le echaron de la casa por su aficción desmedida a los efluvios etílicos. Por esos azares del destino y ser hijo de emigrantes canarios, se las agenció para obtener la nacionalidad española y una fresca noche invernal cruzó el Atlántico a bordo de un IL-62 con destino a unas islas que sólo conocía a través de los relatos de sus padres: Las Canarias.
                    Siguió siendo un miembro élite del colectivo de profesionales alcoholíferos, aunque justo es reconocer su especialidad: Un bateador con un average histórico por encima de ocho "wanijéis" consecutivos. Por estos lares, por esa tendencia a recortar las palabras, el "wanijéi" es la designación habitual del John Haig, el conocido whisky escocés, aunque quizás si algunas de las 125 destilerías Cameron esparcidas por Escocia conocieran de las hazañas etílicas de Luisito, más de una engalanaría sus salones con la imagen de este habanero.
                    Un año más tarde, la imagen de Luisito comenzó a sufrir cambios evidentes. Una tarde me confesó que tras el sexto whisky volaba a Cuba y caminaba por la Güinera, incluso algunas veces antes de quedarse a punto del coma etílico sus hijas le abrazaban. Me atreví a sugerirle que regresara al terruño. Me devolvió una mirada incrédula y me ripostó: ¿Y Castro?. No insistí. Estaba decidido a fusilarse el hígado pero gozando de libertad. Algunos no le comprendían, le llamaban borracho, le increpaban sobre todo cuando sus respuestas intentaban superar el obstáculo de una lengua tropelosa y desobediente, pero yo sí. Viajé al Luisito escondido tras el inmenso muro del alcohol y allí vi un hombre derrotado por la distancia, por la lejanía de los suyos, por la aplastante maquinaria de una tiranía que le llevó a emigrar con casi sesenta años. Su imagen cambiaba con rapidez. El abdomen comenzó una competencia feroz con la giba y los pies desbordaban los mocasines mostrando una claudicación hepática a gritos. Luisito se moría y lo sabía, pero esta vez la intervención oportuna de un camarada de barra se lo arrebató de las manos a la parca. Dos meses de ingreso en el Hospital Insular de Gran Canaria le recuperaron notablemente, pero con la advertencia de que el hígado no soportaría nuevas batallas con los "wanijéis".
                   Durante unos seis meses le vimos de nuevo en activo, vendiendo los billetes con derecho a devolución y almorzando en "El Camagüey" donde Doña Oria le servía un suculento menú totalmente gratis. Otro cubano le habilitó una habitación en un garage y parecía que Luisito regresaba al mundo disciplinado de los abstemios. Una mañana de sábado le volvimos a ver pero esta vez bajo una tormentosa recriminación de Doña Oria pues Luisito volvía a la carga y de qué manera. Su amigo nos contaba que durante meses le vió escribir varias cartas a la familia en Cuba que no recibieron contesta y las llamadas telefónicas fueron rechazadas. Estaba solo y debía asumirlo. ¿Qué razones tenía la familia en Cuba para tal conducta?. Jamás lo sabremos pero lo cierto es que volvió a beber.
                   La espera por el desenlace fue breve, en un intervalo de tres meses le vimos apagarse como una vela y de nada valieron consejos. Luisito se encerró en sí mismo, por voluntad propia abandonó la morada prestada y comenzamos a verle amanecer en los parques cercanos. Un día, la rígida postura de un hombre sentado en un parque que curiosamente recibe el nombre de Parque de la Libertad dió la alarma, los vecinos vieron durante horas aquel rostro con la mirada fija en el sol desafiando los potentes rayos del astro rey. El certificado del forense confirmó la muerte que todos aseguraron debida al alcohol, yo sé que fue la soledad.
                   La comunidad cubana local se ofreció a correr con los gastos de repatriación pero tras mucho esfuerzo lograron establecer contacto con su familia en Cuba que se negaron a recibir el cadáver. Ante tal coyuntura su antiguo amigo nos hizo saber que durante el anterior ingreso hospitalario, Luisito le había confiado que si le sucedía algo, donaran sus restos a la Facultad de Medicina y así se hizo. Extraña decisión, quizás encuentre en el calor de las manos de los jóvenes aprendices de Anatomía  el cálido abrigo del abrazo perdido de sus hijos. Tal vez, los jóvenes galenos enfrascados en el estudio de la extremidad superior, no se imaginen que el brazo que diseccionan vendía boletos de lotería con derecho a devolución o que el pequeño hígado, de consistencia casi pétrea y de aspecto granular, típico de la cirrosis, es un guerrero de épicos y maratonianos enfrentamientos con su archiconocido rival de origen escocés, John Haig.
                    ¿Qué historia terrible con su familia se llevó Luisito al inframundo? No lo sé, de lo que estoy seguro es que su enfermedad principal fue una espantosa soledad, en este exilio lejano y frío como una sala de anatomía a medianoche.
                    

                     Porfin Libre.

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